La palabra de Gabriela: Cierra los párpados


Por Gabriela Pérez
Estás ofuscada, ya no escuchas. Tienes otra vez esa expresión serena y grave.
Estás ausente, pareces haber partido. Te has ido, sí. Al interior de ti misma.

Ya Leonardo lo decía, el sueño es imagen de ella.
Los germanos al hundirse cantaban: “duermo, luego vengo a remar”.
Dormir, dormir o soñar ¿se rema cuando se sueña?… he ahí la cuestión.

Te preguntas si dentro de ti los estímulos que tuviste despierta ayudan. Las pasiones que buscas son confusas, diversas, abigarradas, efímeras a veces, permanentes otras. Entre todo lo que te disgusta, lleva el cetro el hecho de no entender. Te complicas a ti misma porque no eres clara. Por un lado eres pragmática y científica. Por el otro, tomas el valor para muchas de tus decisiones de lo que sueñas.

No crees en la existencia de una entidad divina, sin embargo, eres amante de los mitos. De todos, sin importan época o cultura. Quieres, desde hace días tener una mandrágora. Quieres admirarla, jugar con ella. Quieres preparar brebajes. Quieres probarla. No te importa saber que se eliminó incluso de las prácticas mágicas porque puede ser mortal por tóxica, de eso te encargas tú, para eso sabes química. No te importa que te cuenten que al arrancarla emite un gemido fuerte y agudo. Lo dudas. Y si existiera, quieres escucharlo, quieres comprobar si es cierto que quien lo tiene pierde el alma. ¿Existe el alma?

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La usual metodología de escape tuya, recurres a las palabras de quienes admiras. Tomas de ellos lo que te acomoda. Tanto para Epicuro como para Zenón, Cicerón o Seneca, y para Lucrecio -en quien has pensado tanto últimamente-, el alma era tan mortal como el cuerpo. Sabes que a Lucrecio no lo citan nunca sus contemporáneos. Salvo Cicerón, que es el editor del poema. Nadie sabe cómo es que le ha llegado; hay quien de hecho sospecha que es él el autor de la obra Dē rērum natūra. Sea quien sea el creador, logró que personas como Flaubert lo admiraran y quisieran emularlo. Gustav pone en una carta a una amiga, una frase que ha traspasado fronteras: “Cuando las ideas de la antigüedad no estaban más, los dioses no estaban tampoco, y Cristo no existía aún, entre Cicerón y Marco Aurelio hubo un momento, único, en el que estuvo solo el hombre. El hombre sólo.” Menciona a un escritor y aun emperador, ¿por qué? Pues porque quería hablar de la literatura escrita en una época en la que al no existir la religión que tomaría después el poder, el hombre podía desarrollar libremente sus ideas. Marco Aurelio tiene que ver con las condiciones políticas que consideraba necesarias para llevarlas a cabo, fue uno de los cinco “emperadores buenos”. Yourcenar dedica uno de sus libros a otro de los cinco Antoninos, ‘Memorias de Adriano’ es un libro que está contruido por sus ideales despertados por esa frase de Flaubert.

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Gustave Flaubert

El poema te gusta porque además de tener contenido científico, consideras que literariamente es extremadamente moderno. Dē rērum natūra habla de la naturaleza de las cosas sí, pero el autor aclara en varias ocasiones que quiere hablar de una visión del mundo que él no origina. La toma de Epicuro, quien a su vez la adopta de Demócrito que la aprendió de su maestro, Leucipo. Son entonces los cuatro atomistas de la antigüedad: Epicuro, Demócrito, Leucipo y Lucrecio mismo. Proponían ellos una visión atómica que si bien hoy nos suena natural, en aquella época eran pensadores marginados.

Lucrecio quería divulgar la forma de ver la vida de Epicuro, pero creía que los griegos sí tenían una lengua que permitía hablar de todas esas cosas. En latín a él le falta una palabra para referirse a lo que quiso. La inventó entonces, le tranquilizó crear la palabra natūra. Esta tranquilidad, no exenta de egoísmo, la enaltece en sus versos:

“Pero nada hay más grato que ser dueño
de los templos excelsos, guarnecidos
por el saber tranquilo de los sabios,
desde do puedas distinguir a otros
y ver cómo confusos se extravían
y buscan el camino de la vida.
Vagabundos, debaten por nobleza,
se disputan la palma del ingenio,
y de noche y de día no sosiegan
por oro amontonar y ser tiranos.
¡Oh míseros humanos pensamientos!
¡Oh pechos ciegos!
¡Entre qué tinieblas
y a qué peligros exponéis la vida
tan rápida, tan tenue!
¿Por ventura
no oís el grito de naturaleza,
que alejando del cuerpo los dolores,
de grata sensación el alma cerca,
librándola de miedo y de cuidado?”

Lucrecio encontró para sí, en el seno del epicureísmo, la paz que pidió para su patria y para su íntimo amigo Memmio, a quien dedica el poema. Su ánimo sólo se apasiona por cantar esta paz firme y constante y por enaltecer a Epicuro, quien sin duda tuvo un gran número de fieles discípulos, pero ninguno tan entusiasta como Lucrecio.

Es este entusiasmo el que le induce a escribir un poema sobre el asunto, pero de índole más cercana al raciocinio y a las demostraciones científicas que a los vuelos de la imaginación poética.

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Marguerite Yourcenar

La doctrina de Epicuro es una exposición de la teoría de Demócrito. Deduce de ella que la materia es eterna, aunque no lo sean los cuerpos con ella formados, y que la muerte o término de todos los seres, incluso del humano, no es más que una transformación, una disgregación de los átomos que los forman, átomos imperecederos, cuyas repulsiones y afinidades son origen de todos los seres animados o inanimados.

Aunque Epicuro no admite una providencia directora, y menos aún dioses que de continuo se estén ocupando de lo que los seres humanos hacen, no es, sin embargo, ateo. Los dioses en el epicureísmo gozan de la perfecta tranquilidad a que el sistema filosófico aspira. Son como la representación ideal de la suma quietud. Las cosas de este mundo en nada les afectan, y en ningún caso se ocupan de ellas.

Aceptada esta explicación de la divinidad, suena natural que Lucrecio, epicúreo férreo, clamara contra los dioses del paganismo, cuya intervención en los actos humanos, hasta en los más insignificantes, era continua; y sobre todo contra las supersticiones que tanto acibaraban la vida en la sociedad pagana.

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John W. Waterhouse: Sueño y su hermanastro muerte

Según Epicuro, el alma era material como el cuerpo, y mortal como él, aunque formada por átomos más tenues y sutiles. Para la humanidad no había otra vida que la de este mundo, y la muerte como término de la lucha de las pasiones y de las dolencias corporales y espirituales, era un bien que, si no se había de procurar quebrantando las leyes de la naturaleza, tampoco se debía temer.

No desconoce Lucrecio que de esta física se deducen gravísimos problemas morales.

El entusiasmo del poeta por Epicuro es tan grande, que al lado de los demás filósofos le considera sol cuya luz obscurece la de los demás astros, casi le proclama dios. Los principios de su doctrina los estima como infalibles, y rechaza las objeciones contra ellos sin dignarse a discutirlas. La idea de hacer un poema con materia tan árida, de explicar poéticamente lo que sólo se presta a demostraciones científicas, prueba el firme convencimiento del poeta y su deseo de infundirlo también en el ánimo de sus compatriotas. Claramente lo manifiesta en el principio del libro IV, el dedicado a la muerte, cuando dice:

Los sitios retirados del Pierio
recorro, por ninguna planta hollados;
me es gustoso llegar a íntegras fuentes,
y agotarlas del todo; y me da gusto,
cortando nuevas flores, rodearme
las sienes con guirnaldas brilladoras,
con que no hayan ceñido la cabeza
de vate alguno las divinas musas:
Primero porque enseño cosas grandes
y trato de romper los fuertes nudos
de la superstición agobiadora;
después, porque tratando las materias
de suyo obscuras con piería gracia,
hago versos tan claros: ni me aparto
de la razón en esto, a la manera
que cuando intenta el médico a los niños
dar el ajenjo ingrato, se prepara
untándoles los bordes de la copa
con dulce y pura miel, para que pasen
sus inocentes labios engañados
el amargo brebaje del ajenjo,
y la salud les torne aqueste engaño
y dé vigor y fuerza al débil cuerpo;
así yo ahora, pareciendo austera
y nueva y repugnante esta doctrina
al común de los hombres, exponerte
quise nuestro sistema con canciones
suaves de las Musas, y endulzarle
con el rico sabor de poesía:
¡Si por fortuna sujetar pudiera
tu alma de este modo con enlabios
armónicos, en tanto que penetras
el misterio profundo de las cosas
y en tal estudio el ánimo engrandeces!

Poca confianza debía tener Lucrecio en que el epicureísmo en toda su pureza, como lo explicó su autor y como él lo comprendía, tuviese grande aceptación en Roma, y en que los romanos, más preocupados de la vida pública que de la privada, se avinieran de buen grado a cambiar de costumbres y a dedicarse a la filosófica contemplación de la naturaleza, cuando les compara con el niño enfermo a quien se engaña para darle la amarga medicina que ha de curar su dolencia.

La miel de la poesía era sin duda necesaria para convertir en partidarios de la filosofía del deleite, en el buen sentido de esta palabra, a los ciudadanos de los últimos turbulentos años de la república romana.

La base de la física de Epicuro consiste, como te lo he dicho, en que el universo es eterno y la materia de que está formado se deshace y rehace por virtud de combinaciones de átomos y conforme a leyes naturales preexistentes. Los fenómenos de la naturaleza tienen por este sistema, a juicio de los epicúreos, una explicación racional, y la intervención en ellos de los dioses del paganismo, origen de toda clase de supersticiones y terror de las almas, cae por tierra. Esto es lo que extingue el miedo a los poderes celestiales, lo que devuelve la paz a los espíritus perturbados, lo que entusiasma a Lucrecio, lo que le infunde tan poderoso aliento para propagar su doctrina, lo que trasciende en todo el poema de La Naturaleza.

Ciertamente el materialismo de Lucrecio es contrario a todos los cultos; pero sus ataques son contra el paganismo y no contra las doctrinas espiritualistas, que desconocía. Pone un error frente a otro error, un materialismo científico frente a un materialismo religioso, y si en sus afirmaciones no podían seguirle los doctores del cristianismo, de sus argumentos contra la religión pagana más de una vez se valieron.

Ni Epicuro ni Lucrecio niegan en absoluto la existencia de un poder divino; lo que hacen es negarle su intervención en los actos de la naturaleza y de la humanidad. Deben gozar por sí mismos con paz profunda de la inmortalidad; muy apartados de los tumultos de la vida humana, sin dolor, sin peligro, enriquecidos por sí mismos, en nada dependientes de nosotros; ni acciones virtuosas ni el enojo y la cólera les mueven.

Lucrecio comienza su poema entonando un himno a Venus, tan naturalmente inspirado que no puede creerse sea servil imitación de las acostumbradas invocaciones a la divinidad puestas al frente de esta clase de monumentos literarios. Para algunos es una flagrante contradicción del poeta enemigo de los dioses; para otros, entre quienes nos incluímos, es una hábil concesión hecha a las supersticiones populares. Venus es para él símbolo de la generación, el poder fecundo de la naturaleza, que propaga y conserva la vida en el mundo, y bien podía Lucrecio cantar esta Venus universal sin contradecirse, puesto que en todo su poema se percibe un culto filosófico:

“Serán materia de mi canto
la mansión celestial, sus moradores;
de qué principios la naturaleza
forma todos los seres; cómo crecen,
cómo los alimenta y los deshace
después de haber perdido su existencia;
los elementos que en mi obra llamo
la materia y los cuerpos genitales,
y las semillas, los primeros cuerpos,
porque todas las cosas nacen de ellas.”

El elogio de Epicuro que sigue a esta profesión de fe materialista se funda principalmente en haber osado este filósofo a levantar la vista hacia las mansiones celestiales y declarar guerra sin tregua al fanatismo que de ellas venía a oprimir la vida humana. No es el entusiasmo por el descubrimiento de verdades científicas lo que inspira a Lucrecio; es el entusiasmo por haber vencido las supersticiones del paganismo.

La natūra es para el poeta algo que está continuamente naciendo, y no como es para nosotros, algo casi estático. Es interesante que está visión dinámica del mundo la ponga sobre las cosas. ¿Y cuál es el significado de la palabra cosa? Etimológicamente la palabra cosa deriva de causa. ¿De qué son causas las cosas? Abrimos nuestros sentidos, las puertas de la percepción. Lo que percibimos está determinado entonces, a causa de las cosas que percibimos.

Ven como quieras, le dices también tú al sueño. Tráeme lo que quieras, le pides.

¿Pero, y si lo que te lleva es un plumazo positivista que discuta que la vida no es más que un azaroso accidente entre dos nadas? Nuestro aniquilamiento físico es tangible, nuestro exterminio es palpable. Pero el fenómeno psíquico de la muerte, rebasa lo racional. ¿Para qué preocuparse, dice Epicuro. Mientras no está, la muerte no existe, y cuando llega, somos nosotros quienes no existimos. ¿Por qué mortificarse entonces ante una idea vacía?

Lo que sí es real, y terrible, es el dolor, la enfermedad, la decrepitud, la insolencia, la mentira, la ignorancia, la cobardía. Eso sí existe y se puede aminorar. Desecha entonces lo inexistente, vive instante a instante. Haz un vigoroso ejercicio de libertad.

Al decretar los límites de la muerte, tu contrapartida es la angustia ante la nada. Te lo hemos dicho varios, pero no escuchas. Todas esas inflamadas respuestas emocionales no son sino una compensación inconsciente del deseo de tu alma por llenar ese vacío. Ese que deja en tu espíritu esa aporía en la que de vez en vez vives.

Lo niegas, pero le temes al vacío. Es por eso que buscas, necesitas ser amada.
Ese miedo se gazapa en las profundidades de tu inconsciente, espera paciente, y apenas sueñas, salta.

Para entenderlo, lo transformas en imágenes, ideas, pensamientos. Para acomodarlo, te mueves. Te lo enseñó alguien muy importante, hay más cosas Gabriela, muchas más entre el cielo y la tierra que el sueño de tu filosofía. Se supone que quien muere una vez no teme ya a la muerte. ¿Por qué vas entonces tan lenta en el cambio radical de tu vida si sabes que muerte y vida caminan siempre de la mano?

Lo que me confirma tu predicamento es lo qué haces siempre ante una incertidumbre. La desglosas y la abordas por fragmentos, para unirlos, acudes a tu consabida muleta, la ciencia. En este contexto puramente material, la vida y la conciencia se contemplan como hechos accidentales. La conciencia constituye sólo un epifenómeno del cerebro. Tú vives en tu cerebro. Te molesta, pero sabes que el no haber sido demostrada una continuidad post mortem, no significa que no exista tal posibilidad. Tú estuviste clínicamente muerta. Y aquí estás. Te dijeron en Neurología que no hay explicación sino hechos.

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Marcel Proust en su lecho de muerte

Las más avanzadas técnicas de resonancia magnética, de tomografía con marcajes, de análisis de respuestas visuales, sonoras y eléctricas, los más experimentados psiquiatras y neurólogos no han podido responder tus dudas. Señalan con precisión cuando una moción o pensamiento se asocia con cambios metabólicos con el cerebro. Pero no existe, ni contigo ni con nadie, una demostración empírica de cómo las células cerebrales tienen la capacidad de generar sensaciones y pensamientos, emociones, imágenes, o cualquier otro elemento de la conciencia. 
Te molesta en demasía que el epifenómeno cerebral sea una hipótesis, no una certeza.

Amas los mitos, pero te disgusta pensar que el sueño, en el mismo tono de ellos, sea un dramático anuncio del renacimiento tras la muerte del tiempo. Su significado descansa en la transformación espiritual, renacimiento, madurez… ponle el nombre que quieras a tu proceso.

Recuerda, no eres original, eres única sólo para ti. Los egipcios no tenían un sueño, lo veían, como tú. El sueño, el tuyo y el de todos, Gabriela, es la experiencia de la psique sin cuerpo. Libre de ataduras, tu alma vaga libremente por el reino de las sombras, recorre la inmensidad de la noche, construye en tu onirismo, una metáfora de tu reino de la muerte. De tu evidente y vivaz miedo al innegable vacío.

Basta, es demasiado. No más mandrágora.
Deja el pistilo, mueve el mortero.
Apaga el mechero y detén el reflujo.
Siéntate, cierra los párpados.

Ya estoy cansada de hablarte desde un espejo.

Gabriela Pérez
Gabriela Pérez
ELDA GABRIELA PÉREZ AGUIRRE NACIÓ EN LA CIUDAD DE MÉXICO, EL 6 DE MARZO DE 1976. ESTUDIÓ QUÍMICA EN LA UNAM; POR PASIÓN, ES PROFESORA DE CIENCIAS, EN EL INSTITUTO ESCUELA Y AUTORA DE DISTINTOS LIBROS DE TEXTO, DE QUÍMICA Y FÍSICA PARA SECUNDARIA Y BACHILLERADO. CONFORMÓ PARTE DEL EQUIPO DE CIENCIAS DEL INSTITUTO LATINOAMERICANO COMUNICACIÓN EDUCATIVA, COMO AUTORA DE LIBROS DE TEXTO Y DE GUIONES PARA TELESECUNDARIA, FUE EDITORA DE LA REVISTA CIENCIAS, DE LA UNAM. PARTICIPÓ EN LA ESCUELA DINÁMICA DE ESCRITORES DE MARIO BELLATIN Y HA CONDUCIDO EL PROGRAMA TRIPULACIÓN NOCTURNA DE RADIO EFÍMERA. LUEGO DE COLABORAR CON LA EDITORIAL TALLER DITORIA EN EL ÁREA DE DIFUSIÓN Y PROMOCIÓN, FUE FUNDADORA Y EDITORA DE AUIEO EDICIONES Y DE LOS LIBROS DEL SARGENTO.

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