Poeta y boxeador. El enigma de Arthur Cravan


 

Quien vive más que una vida
debe morir más que una muerte
Oscar Wilde

Por Pedro Paunero

Miro por unos segundos el deteriorado fragmento de película que los realizadores catalanes, los Hermanos Baños, filmaron de Arthur Cravan mientras entrenaba en Barcelona antes de su pelea con el campeón del mundo, el gigantesco boxeador negro Jack Johnson.

A Johnson lo llamaban «El gigante de Galveston», y huía por entonces de las acusaciones racistas de tratante de blancas por parte del escritor Jack London, viaja para encontrarse con este enigmático personaje, boxear con él y ganar, y no puedo evitar sentir que los realizadores lograron capturar, en la efímera claridad del celuloide, a un ente tan esquivo como un fantasma. Mis palabras pueden sonar trilladas pero cuando reparamos en la corta trayectoria artística y deportiva de este sobrino político de Oscar Wilde, descendiente de aristócratas ingleses, no se puede evitar este azoro, este asombro que nos mantiene mirando y mirando el documental-ficción que de su vida hiciera Isaki Lacuesta, Cravan vs Cravan, en 2002, introduciendo la figura de Frank Nicotra como el boxeador y a la vez artista, que indaga sobre la vida de aquél otro elusivo pugilista pre dadaísta perdido en México en 1918, iniciando una odisea documental desde Suiza, pasando por París, Londres y Barcelona tras sus pasos perdidos.

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Jack Johnson

Se tiene la idea del poeta romántico en los cementerios –escuchamos una declaración en la película, llorando a la bien amada, tuberculoso y él invierte esa imagen, se hace poeta boxeador, creo que es muy bonito porque ahí está la provocación verdadera.

Cravan es, pues, un provocador que inauguraría los movimientos de ruptura artística que vendrían después. Oscar Wilde había escrito en La decadencia de la mentira en 1889, unas palabras que le van perfectamente a la obra de Cravan y al tiempo que le toca vivir:

Nuestro siglo es el más prosaico y el más estúpido que hubo nunca. Hasta el mismo sueño nos defrauda; ha cerrado las puertas de marfil y ha abierto las de cuerno.

En Lausana, Suiza, sin que haya ningún monumento a su memoria, comienza el diario filmado de Nicotra durante una exposición raramente concurrida en homenaje a Cravan. Uno de los poetas más interesantes del siglo XX; Era boxeador, es verdad, pero ¿no es sorprendente que fuera poeta? Escuchamos las opiniones ante la cámara entre sorbos de champán. Y todas son ciertas. ¿Un poeta boxeador? Pues sí.

Boxeador, escritor, es un poeta muy desconocido, fue uno de los motores del dadaísmo, el surrealismo y las performances; Se fue nadando y desapareció.
Nicotra conduce en auto por una carretera. Se detiene a preguntar a un hombre que va a pie:

Disculpe señor, estoy buscando la casa de Arthur Cravan. ¿La casa de quién? Arthur Cravan.

El hombre se encoge de hombros. Nicotra continúa entre arboledas por una carretera sinuosa. Después lo vemos recorrer las ruinas de una mansión mientras escuchamos una voz en off y vemos una serie de viejas fotografías:

Cravan nació en Lausana el 22 de mayo de 1887 en un barrio respetable. Su padre Otho y mi abuela Constance eran hermanos. Eran de una familia inglesa de clase media-alta. Constance y Otho pretendían casarse y a su familia no le gustaron los pretendientes porque eran gente poco convencional. Constance se casó con Oscar Wilde y Otho con Nellie, hija ilegítima de un francés. Aún más les molestó que a los tres años Otho, el padre de Cravan, se fuera con otra. Al irse su segundo hijo tenía tres meses, Arthur Cravan. Lo bautizaron como Fabian Avenarius Lloyd. Creo que Fabian quería conocer al extraordinario hombre que tenía por tío que apenas conocía. Mi padre debía esconderlo. Llegaron a Wilde desde perspectivas distintas. Fabian quería desvelar el misterio y mi padre eliminarlo. Cuando la caída de mi abuelo Oscar Wilde creo que Fabian descubrió más sobre su tío, porque en 1904 mi padre fue a Lausana con su tía, Nellie, madre de Cravan y ahí supo lo que había hecho su padre. Nellie le dijo: “Tu padre fue a la cárcel porque era homosexual.

Lo bautizaron Fabian Avenarius Holland. ¿De dónde proviene su seudónimo? En un artículo publicado por Catherine Rendón se dice que:

La etimología de su nombre es, al mismo tiempo, un lugar, un ser vivo y un verbo. “Cravan” significa “pato marino” y “ganso nadador” y se vincula con el verbo “canarder” (falsear), que tiene por lo menos dos acepciones: emprender el vuelo y desaparecer y esquivar o agachar la cabeza. Cravan hizo todas estas cosas: huyó, mintió, esquivó y desapareció. (1)

En 1909 —según declaraciones de una de sus biógrafas para el documental de Lacuesta—, poco después de su arribo a París, se dedicó a visitar a los miembros de la Academia Francesa presentándose como escritor. El periodo que va de 1910 en que, con su hermano mayor, entra a clases de boxeo en Cuny, hasta 1915 cuando aparece en Barcelona como entrenador de boxeo en el Real Club Marítimo, vivió una vida bohemia en París, frecuentando los cafés de artistas como la Closerie de Lilas, concurridos por personajes de la intelectualidad bohemia de la época como Guillaume Apollinaire y se le relaciona sentimentalmente con la pintora y grabadora Marie Laurencin, esposa de Apollinaire. Para el 23 de abril de 1916, se anuncia su enfrentamiento con el ex campeón mundial Jack Johnson. Nadie sabe cómo logra convencer a los patrocinadores adecuados para tal pelea. Las opiniones de los periodistas se dividen entre quienes lo consideran un rival formidable y quienes lo suponen un charlatán.

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Viendo ese descompuesto metraje de los Hermanos Baños, quienes -cuenta la leyenda-, rodaban películas pornográficas para el rey Alfonso XIII de España, no podemos sino comprobar que añadieron ese fragmento de vida de Arthur Cravan a sus entelequias cinematográficas. En la corrupta película —debido al tiempo o el descuido—, vemos a un gigante de dos metros de altura (pesaba 105 kilos) entrenando: arrojando una pelota, los brazos colgando y encorvado como un gorila luego boxeando, gigantesco, veloz, dejándose golpear el pecho e imperturbable como un árbol, una especie de proto actor para un par de cineastas proteicos.

Curiosamente, quien tiene aspecto de simio en estos pedazos de cine, es Cravan, a pesar de las caricaturas racistas que se hacían de Johnson por aquél tiempo y que lo representaban como a un mono, como a un simio, un gorila y de quien se lamentaba London que no existiera una Gran esperanza blanca que le arrancara el Título de los pesos pesados, a un negro. Cravan habría querido ser esa esperanza boxística.
Pero ¿quién fue Arthur Cravan, el artista? Esa es la cuestión. Eso es lo difícil de llegar a saber con certeza. Con todo, parte del mito que supo construirse alrededor era cierto: sobrino –o hijo adoptivo o espiritual y cultural (que para el caso es lo mismo)- de Oscar Wilde (ya que le hicieron saber que podía ser su verdadero padre pues el suyo había desaparecido) y más guapo que Modigliani. Opositor (por pose o simple desafío, que para el caso también es lo mismo) a todo movimiento artístico (como dejó en claro en el cuarto número –de los cinco que fueron publicados entre 1912 y 1915 y que se agotaron rápidamente- de su revista Maintenant que se encargaba de vender personalmente por las calles de París y en el hipódromo mediante una férrea publicidad en carteles en el boulevard Saint Michel, en una carretilla y en la cual cada artículo era suyo, escrito bajo diferentes seudónimos), criticando virulentamente la obra de André Gide (sus andares delatan a un prosista que jamás podrá hacer un verso), Archipenko, Xurya, Picabia, Picasso, Bobino, Chagall (Chacal), Suzane Valadon (vieja zorra) o Sonia Delaunay. Es retado a duelo por Apollinaire, quien se sintió ofendido por lo que Cravan había escrito de su esposa, la pintora Marie Laurencin:

A ésta le vendrá bien que le levantaran las faldas y le metieran una gran astronomía en el Teatro de Variedades.

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Entre los ilustres suscriptores de Maintenant estaban aquellos a quienes criticaba (junto al Salón de los Independientes) y otros más, aparte de Gide (a quien apodó androgide), Jean Cocteau, Gertrude Stein, Maurice Ravel, Ezra Pound y el pintor fauvista Kees Van Dongen (su gran amigo y quien lo retrató boxeando), el compositor Claude Debussy y varias referencias a su admirado tío Óscar. Anticipa o provoca su posterior romance y matrimonio con la artista futurista Mina Loy cuando alaba al naciente siglo de las máquinas y expresa:

Para vivir y escribir hay que ser un caballo salvaje.

Como boxeador su pelea en la Plaza Monumental de Barcelona fue un fiasco. Johnson y Cravan pelearon seis rounds de tres minutos que Cravan se encargaría de aumentar, de forma mentirosa, en declaraciones posteriores a diecisiete. Johnson —quien incluso filma una película catalana de aventuras de la que sólo quedan dos minutos de metraje—, ganó cincuenta mil pesetas al noquear a Cravan en el último round. El público exigió la devolución del dinero y, como un hecho que remarca y otorga significado al fracaso del combate, la película que de la pelea habían filmado los hermanos Baños se ha perdido. Y acaso por ser la Monumental el lugar de la pelea se le inventa que también toreó ahí mismo. Para diciembre de 1916 se encontraba a bordo del buque Montserrat, junto con Picabia y Trotsky en el Atlántico, para evitar ser reclutado entre los combatientes de la Primera Guerra Mundial. Trotsky escribió poco después:

 

Iban una cantidad considerable de desertores, y entre ellos un boxeador, escritor ocasional, que había elegido ir a enfrentarse a los yanquis en el noble deporte, evitando así ser machacado por un alemán desconocido.

 

En Nueva York se relacionó con los círculos artísticos de la ciudad y cobró celebridad por sus extravagantes conferencias, anunciando al mundo las maneras del próximo Salvador Dalí, e hizo creer a los editores del New York Times que era poseedor de las memorias de Óscar Wilde, quien lo habría visitado en su habitación una noche para confesarse con él. En los Estados Unidos viajó en una caravana de cirqueros presentándose como boxeador en los que se podrían considerar como los primeros actos de happening, en sus palabras llevando el puñetazo a la lucha artística, en los cuales realizaba actos de striptease.

En aquella ciudad, en 1917, se enamoró de la extravagante y multidisciplinaria artista Mina Loy (que la prensa consideraba prototipo de la mujer moderna y que dijera de Cravan que parecía un fantasma que sólo tomaba forma para manifestarse), dramaturga, pintora, actriz, narradora y poeta, y ambos emprenden el viaje al sur ante la declaración de guerra de los Estados Unidos a Alemania, escapando, otra vez, de la posibilidad del reclutamiento. Un poema de Cravan da la pista sobre su comprensible comportamiento:

A propósito de la guerra, hubiera tenido vergüenza de dejarme arrastrar por Europa –que muera– no tengo tiempo.

En una de las tantas metamorfosis artísticas de Cravan, se cuenta la de haber sido un pintor bajo el nombre de Edouard Achinard, seudónimo suyo en alguno de sus poemas. En el documental de Lacuesta se presentan cuatro telas firmadas por este pintor de quien se ignora todo —a menos que sean de Cravan—, y que se expondrían en la galería Bernheim Jeune en 1914. Afirmación que, para la crítica de arte catalana María Lluïsa Borrás, autora del prólogo a la re edición de Maintenant, es pura especulación. En una de dichas telas aparecería Renée, la ex novia del pintor Haydn, y pareja de Cravan, originaria de un pueblo llamado Cravant, lo que provocaría el equívoco y, acaso, el origen de su nombre artístico.

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De la estancia de Cravan y Mina en México hay pocos datos y el país tampoco es el ideal para que un par de artistas bohemios puedan vivir y crear, pues lo atraviesa una revolución de parte a parte, y ambos se sumergen, a la vez que en territorio hostil, en los dominios de la pobreza. Cravan quizá dictara algunas conferencias en el país, y escribiría poemas. Lo que se sabe es que contrajo matrimonio con Mina, a quien había pedido le alcanzara en el país, trayendo consigo su material boxístico de España y que se asoció con Enrique Ugartechea, de la Escuela de cultura Física del número 15 de Tacuba, calle donde también se ubicaba el Hotel Juárez en el que vivía con Mina Loy. A fines de 1918 Mina ya estaba embarazada y Cravan se embarca en un nuevo proyecto, el de pelear contra Jim Smith, apodado Diamante Negro, hospedado en el Hotel Dos Continentes, de quien Cravan había declarado a la prensa que esperaba que estuviera a la altura de sus habilidades. Para amenizar el encuentro se presentó el cómico Beristáin y un mago mesmérico, El rey del fuego, de quien se decía que podía tragar plomo derretido y doblar una barra de acero al rojo vivo con los pies. Ugartechea haría de réferi y se pelearían veinte rounds. El lugar escogido para la pelea fue el Toreo de la Condesa, el 15 de septiembre, a las 3:30 p.m., las entradas se vendieron desde los 50 centavos al sol, a los $2.50 a un lado del ring.

¿Qué hecho tan imperdonable sucedió exactamente, durante el encuentro, al grado que un periodista de El Universal Ilustrado –y que prefirió cobijarse bajo el anonimato-, calificó de una verdadera bajeza por la cual, para Cravan, al segundo asalto, terminó siendo detenida la pelea, y opinara que había perdido toda credibilidad, dignidad y oportunidad de ganar? Bajo la lluvia el público indignado se sintió parte de un engaño bien organizado y la pareja decide emprender un viaje más al sur aún, a la Argentina, en busca de fortuna.

Su supuesta muerte (¿murió asesinado por un bandolero o murió ahogado?), se añade a la de otros artistas que vinieron a México a convertirse en un recuerdo mortal –asombrado por otra parte-, como la de un Ambrose Bierce (el Gringo viejo de Carlos Fuentes), que atravesó la frontera, un día de 1913, buscando unirse a las tropas de Pancho Villa (como todo un veterano de la Guerra de Secesión que era), temiendo morir de viejo en la cama o cayendo por una escalera, y de quién no se supo nada más, o la de Hart Crane, que saltó del barco que lo llevaba desde Veracruz de vuelta a Estados Unidos y cuyo cuerpo no fue recuperado, lo que hizo exclamar a Malcolm Lowry que México había sido la pira de Bierce y el trampolín de Hart Crane.
Octavio Paz escribió en Los hijos del limo (2), que Arthur Cravan se rehúsa a batirse en duelo con Apollinaire en París, pero boxea en Madrid con el campeón negro Jack Johnson y, en plena revolución, se interna en México para desaparecer, como Quetzalcóatl, en una barca en las aguas del Golfo, pues el poeta William Carlos Williams, amigo de Mina, había escrito, en 1951, cómo Cravan, embarcándose en un velero en el Golfo, se había perdido y, en un acto novelesco, ella se quedaba mirando desde la playa cómo su bote desaparecía en el horizonte, transformando este hecho en material de fantasía literaria hasta la aparición de otra novela, del escritor francés Tony Cartano, en la que Mina regresa a México y lo encuentra amnésico y boxeando.
La verdad es menos espectacular, pero no menos triste. Mina y una amiga habían viajado en tren desde Salina Cruz, Oaxaca, y tras un breve lapso en Buenos Aires, había partido a Inglaterra.

Años después le preguntaron a Mina Loy cuáles habían sido los momentos más felices de su vida, dijo que los que había pasado con Cravan. ¿Y cuáles fueron los más tristes? Le volvieron a preguntar. Ella contestó: Todos los demás.

En 1942, André Breton declaró que Cravan había sido asesinado en México en el año 1918, y una carta de Marcel Duchamp, fechada el 2 de marzo de 1946, en Nueva York, certifica, así mismo, su muerte. La leyenda de Cravan, reivindicada después por André Breton como uno de los padres del surrealismo, comenzaba así, alimentada después por testigos que afirmaron haberlo visto en París o por el misterioso episodio de unas supuestas cartas de Oscar Wilde vendidas por un extraño personaje que se hacía llamar por algunos de los seudónimos que Cravan usara en Maintenant, a lo cual se añade una carta en la que se leía cómo, durante su residencia en los Estados Unidos, avisaba a su madre que se haría pasar por muerto y realizaría sus obras de forma póstuma. Diversos autores lo encuentran y rencuentran dónde quieren, hasta aquellos que lo identifican como el verdadero autor que se escondería bajo el seudónimo de Bruno Traven, el enigmático autor de la arquetípica narración sobre la muerte mexicana, que daría en el cine —fruto de Roberto Gavaldón—, una proverbial película sobre el tema, Macario (1959), o quien ve alusiones en clave referidas a él en la cinta dadaísta Entr´acte (1924) de René Clair, en la cual aparecen Picabia, Man Ray y Marcel Duchamp y el músico vanguardista Erik Satie, con unos guantes de box, unos ojos sobre el mar, un barco de papel y una comitiva fúnebre tras un ataúd que huye, como Cravan mismo, elusivo en su propia muerte.

Sobre su múltiple devenir en pos de construirse una leyenda, es necesario recordar el poema que el mismo Arthur Cravan escribió:

Querría estar en Viena y en Calcuta, coger todos los trenes y barcos,
fornicar con todas las mujeres y comerlo todo.
mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor; viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista, millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo; Cobarde, héroe, negro, mono, donjuán, rufián, lord, campesino, cazador, industrial; Fauna y flora: ¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Démonos grandes aires.

Acaso el mismo Frank Nicotra, el boxeador y poeta que el cineasta Lacuesta utiliza como figura sustitutiva, que indaga para él mismo en la vida inaprensible de Cravan, quiera asumirse un nuevo Cravan, es decir, devenir en otro mito, cuando expresa:

En las fotos Cravan parece luchar consigo mismo. Es Cravan contra Cravan. Poeta contra boxeador. Documentos históricos contra leyenda contra este impostor que soy yo pero que antes era él mismo.

Y aquí también debemos recordar las palabras de su célebre tío Óscar:

No destruyas los mitos sobre un hombre. Nos muestran más que su verdadero rostro.

Pero, lo más importante para quienes hemos descubierto el fugaz paso por este planeta de este colosal boxeador y ensoñador, son las alas que nos otorga y que caben en las luminosas palabras de Guillaume Apollinaire:

Acérquense al borde, les dijo. No podemos, tenemos miedo, contestaron. Acérquense al borde, repitió. Y se acercaron. Él los empujó… y levantaron vuelo.

Notas.
(1) Catherine Rendón. «Arthur Cravan, Box y Dadá». Luna Córnea. Número 16. Sep.-Dic. 1998.CONACULTA. Centro de la Imagen.
(2) Octavio Paz. Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia. México. Seix Barral, 1991. P. 162.

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