Lo que dijo Michiko


Por Concha Moreno (Foto de portada: Mark Seliger para Vanity Fair)

Solo los reporteros más narcisistas piensan en la posteridad. El periodismo es prisa: texto a tiempo mata texto bonito. Pero hay algunas excepciones a esta regla del oficio: a veces surge una voz en los periódicos que se convierte en un eco que se mantiene en el tiempo. ¿Quién dijo que el narcisismo era malo?

Quizá Michiko Kakutani sea narcisista, pero se ha ganado ese derecho. La crítica literaria de cabecera del New York Times es una imprescindible. Y aunque ahora ya está retirada del trajín periodístico, es importante señalar algo: aunque sus reseñas están hechas para perdurar, Kakutani comenzó su carrera como una reportera presionada por el corte a prensas. Sabe, pues, qué es ser uno más de la tropa.

Michiko Kakutani Foto: The New York Times

Eso hay que tenerlo en mente al leer The Poet at the Piano, su exquisito libro de perfiles de artistas varios. Por supuesto, el corazón de la colección son textos sobre escritores como Mary McCarthy y Jorge Luis Borges, pero también directores de teatro, músicos, actores y cineastas.

Cada uno de esos textos es una joya de la prisa periodística: publicados por el Times, Kakutani los recogió tal como los escribió originalmente, sin aderezos; son piezas de un trabajo bruto, caliente pero también ágil. Los perfiles están llenos de observaciones y anécdotas fuera de lo común. Cuando entrevistó a Borges, por ejemplo, dejó al maestro listo para tomar una siesta: para adormilarse, Borges le pidió que le leyera unas páginas de Robinson Crusoe. Borges sueña con náufragos y Kakutani gobierna la isla desierta.

Dijo alguna vez Juan Villoro que no hay mejor musa que un editor con úlcera. Como buena reportera, Kakutani sabe que el texto tiene que estar listo ya, ya, ya. Pero eso no quita que su pluma genere obras bellas. Oportunas. Atinadas. Publicado en 1988, The Poet… es un libro escrito con los ojos en el futuro. Ha envejecido bien, cosa que no se puede decir del 99.9999% de la prosa que se produce para la prensa. Lo fascinante es que, con buen ojo de reportera, Kakutani supo cuáles de sus textos tenían derecho a esa juventud larga que es la posteridad; lo escrito para los ojos de las generaciones venideras

Como crítica, Michiko Kakutani tiene fama de no allanarse a los lugarazos comunes de ese oficio. Es dura, pero no es pedante: no lo necesita. Si bien ha destrozado en sus reseñas a autores muy respetables como Jonathan Frazen y Michael Chabon, también ha sabido reconocer lo genial en escritores como David Foster Wallace, Ian McEwan, John Lopate o J.K. Rowling (contrario a lo que se podría esperar de un crítico que solo busca «la literatura superior», Kakutani es muy fan del bestseller: ama profundamente la serie de Harry Potter y respeta mucho la capacidad narrativa de Stephen King).

En su nuevo libro Exlibris: 100 Books to Read and Reread, la crítica no actúa como tal, sino como una amante de los libros. Bien lo dice en la bellísima introducción del volumen: es una hambrienta de palabras. Desde niña amó los libros, pero más todavía a la palabra. Su oído siempre estaba atento a la sonoridad del lenguaje y, fascinada, soñaba con convertir esa música en textos.

Tal era su apetito por lo escrito que en la mesa familiar, donde no le dejaban tener libros, leía las cajas de cereal, las etiquetas de la leche, los manuales de los electrodomésticos, las advertencias de los fabricantes. «Casi podría recitarlos todavía», escribe en las páginas de Exlibris. El libro se compone de 100 ensayos cortos escritos no desde el ego del crítico influyente que construye y destruye carreras, sino desde un lugar más simple y disfrutable –tanto para la autora como para el lector–: el de quien lee por placer.

Tardes y noches enteras arrellanada en un sillón favorito, con una cobija en invierno, con aire acondicionado que permiten soportar el clima neoyorkino, Kakutani hace una especie de biografía literaria en la que caben los libros para niños (su ensayo sobre Donde viven los monstruos, de Maurice Sendak, es un bocado de cardenal) a los ensayos feministas de Chimamanda Ngozi Adichie, las memorias de Martin Amis, la poesía de T.S. Eliot o las aventuras de Auggie March tal como las narró Saul Bellow.

Sí, Kakutani escribe para perdurar: tiene la voz de quien no puede ser ignorado.

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