Por Irma Gallo
Era 1985. Yo tenía 14 años cuando El color púrpura, la película de Steven Spielberg basada en la novela homónima de Alice Walker se estrenó en México. Mi papá, amante del jazz y del blues, siempre ha estado interesado en la cultura negra. Eso, y la pasión por el cine de mi mamá fue lo que los impulsó a llevarnos a mi hermana menor —de entonces 13 años— y a mí, a ver una película para adultos, de la que los cuatro salimos profundamente conmovidos.
Claro que Valeria (mi hermana) y yo habíamos escuchado hablar de discriminación y racismo. Mi papá ha sido toda su vida profesor de historia y ciencias sociales. Mi mamá, hija y nieta de maestros rurales, desde muy chica convivió con niñas y niños de comunidades indígenas, empobrecidas, y al pertenecer ella misma a una familia muy humilde también vivió en carne propia la discriminación, si no por raza sí por clase social. Ambos de izquierda y ateos, nos criaron en un ambiente de libertad y congruencia.
El color púrpura se convirtió en una de esas cintas que, una vez que salió en renta en videocassette (primero en aquellos cuadrados Betamax y luego en los más alargados y elegantes VHS), volvíamos a ver en familia cada tanto. Tengo que confesar que en ese entonces no sabía que se basaba en una novela, y menos que la había escrito una mujer afroamericana, narradora, poeta y activista por los derechos de los afrodescendientes, pero especialmente de las mujeres, llamada Alice Walker, y que ganó con ella el Pulitzer en 1983.

No sé hasta qué punto entendí en esa adolescencia que hoy me parece tan lejana, que la película no sólo trataba de racismo sino también (y sobre todo) de misoginia, de inequidad de género, de violencia contra la mujer. Fue hasta hace unos días, cuando la volví a ver, y sólo después de haber leído ¿Acaso no soy yo una mujer?, el ensayo de bell hooks publicado por primera vez en 1981 —dos años antes que El color púrpura, no es casualidad, pero ya volveremos a esto, -que me di cuenta cabal de ello.
Entonces todo me hizo sentido: hoy leemos con admiración a Chimamanda Ngozi Adichie, pero no hay que olvidar que ya desde 1969 Maya Angelou había publicado Sé porqué canta el pájaro enjaulado, una autobiografía en la que narra el abuso sexual que sufrió desde los ocho años de edad, y que en 1970 Toni Morrison publicó su primera novela, The Bluest Eyes, en la que también está presente el tema de la doble opresión género-raza que sufren las mujeres afroamericanas.
A principios de la década de los ochenta surgieron otras escritoras y activistas negras, como hooks y Walker, que continuaron escribiendo para denunciar —sin menoscabo de su calidad literaria o académica —las múltiples violencias que sufrían, incluso por parte de sus compañeros de raza. De ellos, que como escribió hooks, prefirieron aliarse a sus principales opresores, los hombres blancos, antes que a las mujeres negras, en la lucha por la igualdad de sus derechos. Aquí, bell hooks se refiere a cómo los hombres negros contribuyeron a perpetuar el estereotipo de la mujer negra como una especie de depredadora sexual, por una parte, o de una amargada, resentida y con sobrepeso Aunt Jemina, por la otra, que tanto convenía a los intereses colonialistas de los hombres blancos. Y también a cómo los hombres negros se quedaron callados cuando las mujeres blancas aceptaron que les concedieran el voto a ellos pero no a las mujeres de su raza.

El color púrpura cuenta la historia de Celie, una mujer violada desde niña por el hombre al que conoce como su padre, para ser entregada en matrimonio —todavía siendo una adolescente —a Albert, un viudo con hijos que va a perpetuar el abuso y la violencia contra ella. Nettie, la hermana menor de Celie y la única persona que le ha demostrado amor en toda su vida, es separada de ella primero por el padre de ambas y después por Albert, quien según la versión fílmica la corre de su casa después de que se defiende de sus avances sexuales.
Con Nettie muy lejos, la única persona capaz de comprender a Celie y brindarle seguridad en sí misma es otra mujer, también negra: Shug Avery, cantante de blues que vive una existencia bohemia y por ello mucho más libre que la de Celie, en un matrimonio infeliz con Albert —quien, por cierto, está eternamente enamorado de Shug—. Es ésta, la que en la película le canta Sister, una canción compuesta especialmente para ella, quien le hará reconocer su valor como persona y como mujer.
Shug no es la única —además de su hermana Nettie, por supuesto— con la que Celie establece lazos de solidaridad-sorodidad. También están Sofía, esposa de Harpo (uno de los hijos de Albert) y Squeak, una joven aspirante a cantante en el club de jazz de Harpo y Sofía.

Por supuesto que hay diferencias entre la versión fílmica de El color púrpura y la novela de Alice Walker. Según la investigadora Miriam Germani, fue la misma bell hooks quien señaló una de las más importantes:
La representación que hace Spielberg del hombre negro no puede ser dejada de lado como si no tuviera implicancias políticas, como si sólo se originara en elecciones artísticas neutrales.
bell hooks
Para la teórica feminista nacida como Gloria Jean Watkins —que tomó el apellido de su bisabuela Bell Blair Hooks y escribe su nombre con minúsculas —, el director judío retrata a los personajes masculinos como amenazadores y violentos, con lo que perpetúa un estereotipo racista.
hooks, quien se ha desmarcado del feminismo blanco de clase media y media alta por considerar que no le interesa comprender y menos incluir en sus demandas la doble opresión que viven las mujeres negras —y así podríamos hablar también de otras mujeres racializadas, de las pobres, de las ancianas, de las niñas, de las que están en prisión, y muchas más—, no deja de ser también una activista por los derechos de los afrodescendientes, y por lo tanto, según Germani, de señalar que Spielberg ignoró la transformación de Albert una vez que Celie se va de su casa y se independiza, hacia un hombre mayor que ha logrado dominar sus impulsos violentos, capaz de convivir en familia nuevamente, y que incluso come algunos días con Celie, como lo escribió Walker en su novela.

Más allá de las coincidencias y las diferencias entre la novela y la película, no cabe duda que Alice Walker creó una historia que pone de relieve las múltiples opresiones que sufren las mujeres. Unas más que otras, como también sostiene bell hooks.
Y para quienes hayan llegado hasta aquí en la lectura de este texto y estén pensando, ¿qué tienen que ver las circunstancias que viven las mujeres negras con las mías?, recomiendo que lean a escritoras y académicas mexicanas como Dahlia de la Cerda, quien ha reinterpretado la teoría del zulo propio de la periodista y activista vasca Itziar Ziga para adaptarla a su realidad; o Jumko Ogata, afrojaponesa y chicana, nacida en Veracruz, quien se ha especializado en la identidad y racialización en México. Pueden encontrar sus ensayos en el libro Tsunami 2, publicado por Sexto Piso el año pasado, y del que ya escribimos aquí:
https://lalibretadeirmagallo.com/2021/02/01/tsunami-2-por-la-necesidad-de-escuchar-otras-voces/
