A Little Life: mi corazón se rompe y otros dramas críticos


Por Concha Moreno

Hay libros que se leen poco a poco y se disfrutan durante días, semanas o meses incluso, o, si cuentan mucho trabajo, se abandonan con la promesa de regresar a ellas cuando la culpa nos aguijonee. Peri hay otros que se leen en un verdadero maratón de pasar páginas. Normalmente esa velocidad subsónica de lectura la relacionamos con los libros de aeropuerto —Tom Clancy, etcétera—, no con novelas galardonadas y de esas que llaman Literatura De Verdad.

Leí A Little Life, Hanya Yangihara, novela multipremiada y turborecomendada, en un trance de cinco días, desvelada y con el corazón en un puño.

No he dejado de pensar en la novela. Mi opinión ha ido cambiando con el paso de los días: he ido de la ovación de pie al creo-que-no-es-para-tanto, tiene-más-de-100-páginas-basura, pero-esto-y-aquello-es-magistral y otras reacciones ambiguas; del ¿qué?, al wow y de ahí al ¿en serio?

Quizá mi opinión ha fluctuado como mi naturaleza ciclotímica, pero no he dejado de pensarla. Es una droga potente.

A Little Life parece ser la típica novela del coming-of-age, la clásiquisíma historia de jóvenes hambrientos de vida y al borde de la adultez. Cuatro amigos salen de la universidad y se mudan a Nueva York en busca del éxito. Willem, Jude, JB y Malcolm han sido inseparables desde que se conocieron en el primer curso en una universidad de esas endémicas de Nueva Inglaterra, todas igualmente prestigiosas, caras y garantes de un futuro grandioso para sus egresados.

La escritora Hanya Yanagihara

La historia comienza con Jude y Willem mudándose a un departamento ruinoso en la calle de Lispenard, en el Chinatown niuyorka. El departamento es tan pequeño que solo tiene un lavabo, el de la cocina y en la única recámara con trabajos caben las dos camas de los amigos. Pero la voz narrativa nos asegura que Jude y Willem son felices de tener por fin un lugar donde vivir a su aire.

Todo bien y normal, ¿no?, quizá un poco cliché, un tanto aburrido. Pero la segunda parte de la novela, The Postman, transforma la trama por completo. La narración se concentra en la vida de Jude, el más misterioso de los personajes.

De Jude solo sabemos que es huérfano, camina con dificultad y sufre episodios de dolor que lo paralizan por minutos angustiosos. Jude, matemático y abogado, es una ecuación sin resolver: ¿de dónde viene? Los personajes siempre se hacen preguntas sobre él (preguntas muy gringas, por cierto) como cuál es su origen racial, si viene de una familia clase media o es el heredero de una fortuna que ha de guardarse en secreto y si es hetero u homo. Con celo, Jude mantiene su pasado oscuro inclusive para Willem, su amigo más querido, el que le toma la mano cuando tiene uno de sus ataques.

El lector acelera por la historia de Jude, que se convierte gradualmente en el protagonista de la novela. Este giro es magistral, Yanagihara es una albañila de talento: su construcción no tiembla aun con los ventarrones literarios más melodramáticos.

Y es que la historia de Jude comienza como una anécdota dickensiana muy atractiva, una victimización constante, y pronto se transforma en un despliegue de sufrimiento de nivel pornográfico. Yanagihara no se guarda nada al narrarnos la tristísima infancia de Jude, criado en una monasterio y luego en un orfanatorio, no sin antes pasar un viaje por moteles malhadados en los que perdió toda esperanza de felicidad. Suenen los violines.

A Little Life es una novela soberbia no solo en su construcción narrativa, sino también en su atrevimiento. Nos regala a un protagonista del que el lector se enamora y que quiere ver triunfar de una vez por todas. Queremos para él una revancha final. Se acelera la lectura en búsqueda de ese desahogo. El final es osado: a veces, o muchas veces, el pasado es sofocante, pero la esperanza de sobrevivirlo –with a little help of my friends– mantiene de pie. ¿O no? Mi corazón duele.

He leído reseñas en las que la califican como la novela gay definitiva del siglo XXI. No estoy de acuerdo, no solo por lo precipitado del juicio (por favor, apenas vamos en la segunda década del siglo, ¿podríamos guardar cierta sobriedad?), sino porque eso significa reducir a Jude a una partícula de su identidad. Su historia es compleja, aunque parece rectilínea, no es simple. Leerla nos deja exhaustos. ¿Complacidos? A veces se es masoquista.

En suma recomiendo esta novela extraordinaria de 800 páginas que se leen, ya dije, a la mayor velocidad humanamente posible. Se entiende por qué ganó tantos premios y fue finalista de Man Booker Prize, el más prestigioso premio para la literatura anglosajona y juntó todas esas reseñas rabiosas y favorables. Hay que leerla con cuidado, el tema es duro, pero es una lección de cómo escribir una novela muy legible y que no se cae de las manos en ningún momento.

Me pregunto si dejaré de pensar en A Little Life pronto. Diré, pomposa como soy, que me ha marcado de manera inolvidable. Voy a la relectura.

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