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Un poeta desobediente, una lobotomía y una conejo-escritora que lo busca


Por Irma Gallo

La novela más reciente de Ana Clavel, Por desobedecer a sus padres, es —como bien definió @odyseussthepolymetis (Gilberto Gil), un brillante escritor al que tuve la suerte de tener como alumno, a Nefando, de Mónica Ojeda— un artefacto literario. Ana Clavel recurre al testimonio ficcionalizado, a la reescritura libérrima de Alicia en el país de las maravillas y Alicia a través del espejo, al archivo científico (psiquiátrico, en este caso), para construir un entramado que, como en toda buena literatura, está más lleno de preguntas que de certezas.

Porque, ¿de qué otra manera contar la historia del enorme poeta Darío Galicia, supuestamente lobotimizado por sus padres para «curar» su homosexualidad, que se perdió durante años y cuando reapareció lo hizo como un mendigo desdentado y sucio, un paria de esa sociedad que algún día lo aduló pero para la cual existen seres desechables, como él?

Ana Clavel. Foto: Soledad Aranda/Facebook de Ana Clavel

El más famoso de los infrarrealistas, Roberto Bolaño (apellidado Beleño en esta ficción), no queda muy bien parado: el poeta gAlicia rehúye una y otra vez que se le considere parte de este grupo; incluso se burla de ellos. Pero aún así, aparece como personaje en Los poetas salvajes, la novela que convertirá en estrella rutilante a Beleño en España y el resto del mundo.

Por desobedecer a sus padres también es, ¡faltaba más!, un homenaje a la poesía de Darío Galicia (o Darío Epifanio San G. Alicia). Su poema «Autobiografía: Mándame a la silla eléctrica» se cita constantemente y se incluye también completo, así como «Lady Vogue». Son estas palabras oscuras y paradójicamente luminosas al mismo tiempo, cargadas de erotismo y desolación, las que nos hacen un retrato del poeta que va más allá del escándalo que fue si vida, de los rumores de la lobotomía, de la tristeza de los últimos días de su existencia.

Darío Galicia, de joven. Foto: Página de Facebook de Ediciones Sin Fin, que publicará una recopilación de sus poemarios

En este juego permanente entre el testimonio y la ficción, la autora rebusca por los recovecos de la memoria hasta llegar a las bacanales, los cocteles de premiación y los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras de mediados de los setenta y principios de los ochenta. Personajes como Anamari Gomís, Carlos Monsiváis, Carmen Boullosa, Huberto Batis y la misma Ana Clavel —que no Ana Laurel, la detective-conejo que persigue la pista de gAlicia en los fragmentos a la manera de la obra de Carroll— dan testimonio del poeta brillante asediado por los infras, a la diva gay —cuando la palabra todavía no se usaba para calificar a los hombres homosexuales—, profundamente atractivo que fue Darío Galicia en esa época.

Y como en Alicia en el país de las maravillas, Ana Clavel juega también con el tiempo: el poeta reapareció en abril de 2019, y fueron los dichos de los amigos, como Enrique Fuentes, el entrañable librero de la librería Madero —perdón por la repetición fónica, pero a Fuentes no podría llamársele simplemente el «dueño» de la librería. Fue mucho más que eso: un librero de los que ya constituyen una especie en peligro de extinción—, y el párpado caído, resultado de la operación en el cerebro, no por una lobotomía como dice la leyenda, sino por un par de aneurismas, los que lo delataron: ese mendigo sucio, encorvado y triste que vendía libros de texto, fumaba las colillas que encontraba en el piso y se alimentaba con los restos de comida que encontraba en las mesas vacías de los cafés, era Darío Galicia a los 66 años de edad.

Foto de Raúl Campos. Nota de Raúl Campos publicada en La Razón. Al centro, Darío Galicia con el pelo corto, rasurado y limpio, después de que un grupo de amigos, poetas y escritores, entre los que estaba Ana Clavel, lo rescataron: lo llevaron a bañar, le dieron ropa limpia y libros y lo llevaron a comer.

La historia de cómo un grupo de amigos se ocupó no sólo de asearlo, regalarle ropa y libros y llevarlo a comer a un buen restaurant, sino también de convencerlo para que aceptara que el infrarrealista Bruno Montañé publicara sus dos poemarios reunidos en Ediciones Sin Fin, en Barcelona, es también relato entrañable. Me recordó la de Pita Amor siendo rescatada por la actriz Patricia Reyes Espíndola y el dramaturgo y director teatral Miguel Sabido. Y esto vuelve a poner la atención en el grave asunto de cómo el Estado ignora con toda la indolencia de que es capaz a los creadores en situación precaria cuando envejecen, como escribió Carmen Boullosa en el semanario Día Siete —y que Ana Clavel cita en la novela—.

Por desobedecer a sus padres es un libro que no dejará indiferente a nadie. No soy pitonisa ni mucho menos, pero quiero apostar a que recibirá premios literarios importantes. Ojalá, porque será un justo reconocimiento también a la triste historia del enorme poeta que lo inspiró. Y si no es así, es que no hemos entendido nada de la buena literatura, aquella que va mucho más allá de las reglas del mercado.

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