Por Concha Moreno. Ilustración de portada: Valeria Gallo. Fotos: Irma Gallo
Permítanme comenzar esta entrada con una anécdota personal.
Estudié ciencia política en el ITAM, que no es la institución más feminista del universo. Mis profesores eran cuidadosos de no caer en temas polémicos, pero mis compañeros no se callaban sus prejuicios contra nosotras y, de paso, contra los homosexuales. Una vez en una clase de los primeros semestres el profesor nos preguntó que era lo más difícil del ITAM. Un compañero respondió sin ambages: «Acostumbrarme a que las niñas digan groserías y a los maricones». Usó esa palabra: maricones. El profesor no se lo reprochó. Nos quedamos callados; yo también.
Sin embargo, en el ITAM tuve mis primeras experiencias como feminista gracias a las clases de la doctora Lucía Melgar. En un curso suyo leímos textos feministas. El grupo estaba conformado por una mayoría masculina, un público complicado. La doctora Melgar nos recetó Un cuarto propio, de Virginia Woolf y El segundo sexo, de Simone de Beauvoir.

A mis compañeros varones les hizo corto circuito doña Virginia, pero, curiosamente, empatizaron con doña Simone, en especial con el asunto de la libertad sexual. Era mera justicia, decían, que las mujeres tengamos derecho a acostarnos con quien quisiéramos. Para ellos era una extensión de la teoría del libre mercado que a los itamitas nos meten por la garganta como si fuera aceite de ricino.

Hoy tengo una entrañable amistad con la doctora Melgar; la considero mi mentora. Hace unos días platicamos sobre toda esta indignante situación por la que pasamos las mujeres en México y el mundo. Y entonces le pedí que me dijera que se necesita para cambiar la situación. Coincidimos: hay que poner el feminismo y la perspectiva de género en primer plano en todos los ámbitos. Y para eso hay que tener ciertas convenciones bien claras.
La primera definición: el heteropatriacado
«El heteropatriarcado es una estructura de poder que impone la visión masculina y heterosexual sobre toda la experiencia humana. El heteropatriarcado», me dijo la doctora Melgar, «disminuye a las mujeres al nivel de objetos de la mirada masculina». En este estado de las cosas, las mujeres somos botines de guerra, símbolos sexuales o «el sexo bello» (y débil).
Segundo tema: ¿qué es ser feminista?
«Hay quien entiende el feminismo como un machismo a la inversa: es ignorancia. La palabra feminazi es la tontería más grande: el feminismo ha sido un movimiento social con siglos de existencia que no ha matado a una sola persona. Las violencias machistas sí matan». Ser feminista, me explica Lucía, es luchar y educarse sobre la igualdad entre hombres y mujeres. Lo primero que hay que hacer es reconocer que el estado de las cosas actual privilegia la condición masculina; cuando se reconoce este privilegio, el feminismo sirve como perspectiva crítica.

Tercer paso: ¿qué debe hacer un hombre para superar el machismo?
«Reconocer su privilegio», dice la doctora con seriedad. Es decir, me explica, entender que muchas de las cosas que la sociedad les otorga son beneficios por haber nacido hombres y luchar por ser compañeros solidarios e igualitarios. Y ceder su eterno protagonismo.
Cuarta y final instrucción: ¿qué leer para iniciarse en el feminismo?
Lucía me da una lista fantástica. Aquí los libros más importantes:
El segundo sexo, de Simone de Beauvoir.
Un cuarto propio, de Virginia Woolf.
Feminism for everybody, de Belle Hooks.
Manifiesto de un feminismo para el 99%, de Cinzia Arruzza, Nancy Fraser y Tithi Bhattacharya.
Y añade los ensayos de Rosario Castellanos y a Judith Butler.
A leer, hombres y mujeres, que no estamos en tiempos de no cuidarnos los unos a los otros. El feminismo es furia y lucha, pero también es amor: amor a nuestro cuerpo, a nuestra peculiar forma de vivir, a nuestr@s compañer@s. Amemos con libertad. Exijamos también ese derecho.
Soy Concha. Nos vemos en la marcha del #8M.

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